LEVANTAMIENTO I
GALERÍA MUTT, 2014

Un árbol es, en principio, una casa, un barco, un violín, una ventana, un estribo, un sarcófago.

Podríamos, sin duda, afirmar que vivimos rodeados de bosques repartidos bajo la forma de marcos y paredes, de listones y tejuelas, de sillas y mesones. Pero entre el origen salvaje del bosque frondoso y el producto útil y apaciguado que se instala en nuestra vida, interviene la manufactura, el tratamiento. Ese proceso de domesticación nos hace olvidar el poder original contenido a nuestro alrededor. Beatrice di Girolamo invoca ahora otra forma de presencia de ese poder vegetal que moldeamos, cortamos, cepillamos hasta reducirlo a la funcionalidad mobiliaria. Lo invoca, además, con ánimos de despertar la fuerza de las raíces de un árbol que rompe el pavimento que acoge nuestro paso habitual.

¿Cómo volvemos a la lenta brutalidad de la madera?, pregunta la pieza ensamblada por Beatrice. ¿Podemos revertir la domesticación hacia un proceso que despierte todas las fuerzas vegetales como una forma de presión incontenible con la ‘fuerza de un roble’, como diría el proverbio popular? Troncos, tablas, sillas… los elementos de madera respiran como una recia musculatura vegetal recuperada y con ganas de levantar el suelo que pisamos. Porque un árbol no sólo equivale a una casa, a un barco, a un violín, sino que trae en sí las posibilidades orgánicas de una poderosa energía soterrada. Tal vez, los árboles esperan el fuego con ardiente paciencia. ¿No es la madera la mejor amiga del fuego?

Pedro Donoso
Noviembre de 2014